¿Está bien tener de referente a un personaje animado? Peleas, comedia y un "poquito" de violencia. ¿Querés conocer la moraleja que me dejó? Acompañame entonces a esta fantástica aventura.
"¡A intentar la gloria alcanzar! ¡A intentar el cielo conquistar! Un grandioso viaje empezará. Hoy es la oportunidad, lucha hasta el final". Esta frase pudo haberla dicho cualquier referente del arte, la política, o quien se les ocurra... pero no, la canta la intro de un anime (como se conoce a los dibujos animados japoneses) que marcó mi infancia.
Voy a comenzar desde el principio, como corresponde, pero no tan al principio de los principios para no aburrirlos/as demasiado. Ocurre que poseo el don de la memoria desde los 3 años (con todas las vergüenzas que eso acarrea, como por ejemplo, recordarme comer bajo la mesa creyéndome un perro), y no quiero hacer un texto tan extenso.
Antes de que Dragon Ball apareciera en la pantalla chica, yo, que en aquel entonces era una ávida televidente que no perdía la oportunidad de encontrar un nuevo dibujo animado para volverme adicta, tenía una fascinación con los animales y los dinosaurios.
En aquel entonces me lo pasaba jugando con Pequeños Ponys (o My Little Pony, enormísima serie de los 80's, por cierto) o corriendo como Cheetara de los Thundercats mientras hacía "fushhh" con la boca. Básicamente todo lo que tenga un animal de por medio me compraba.
Siempre me gustaron más los peluches y las cosas con poca forma humana que los humanos en sí (por eso regalarme una muñeca era gastar pólvora en chimangos). La única "Barbie" que me interesó fue la muñeca de Jem, que nunca tuve, y con el resto de muñequitas ni fu ni fa. Yo de niña era una "furra" hecha y derecha (risas aparte).
Pero como dije antes, serie de dibujitos que pasaban en la tv, serie que veía obligadamente y con pasión. Candy Candy, Mujercitas, Arbegas, Mazinger Z, Cobra o Robotech. Podía ver de todo (¡Remi, lo que lloré con vos!). Pero si bien disfrutaba esas historias no me sentía partícipe de ninguna de ellas aunque las disfrute mucho.
Pero sí podía ser la ardillita mecánica en Chip y Dale al rescate, una aliada del Pato Darkwing, una fantástica perra investigadora en Dog City o incluso una tortuga ninja hembra. No tengo recuerdos de jugar a la mamá o a la casita, pero sí tengo los de creerme una heroína, aunque no sea la protagonista.
No tenía límites al momento de crear un personaje que se adecuara a la historia si es que la serie no lo tenía. Y si lo tenía y yo quería otro rol... ¡Lo inventaba! ¿Cuál era el problema? Si hay algo que adoro es la plasticidad mental que tienen los infantes y que los adultos de hoy en día parecen olvidar, pero en fin.
Todo esto cambió cuando, en 1995, llegaron dos nuevos dibujitos a la televisión argentina. Éstos fueron Dragon Ball y Saint Seiya (Caballeros del Zodiaco). Me voy a dedicar hoy al primero, y en una próxima entrega contaré del segundo, porque en los Caballeros aparece mi primer gran amor (sí, sí... mi primer amor fue un dibujito) y no lo quiero dejar pasar.
Dragon Ball es una obra creada por el excelente mangaka Akira Toriyama. Y si bien hoy en día cuenta con algunos detractores (la mayoría de ellos calculo que no alcanzan el piso cuando se sientan a la mesa, y estoy siendo amable con la descripción de mi suposición) es una serie que fue un antes y un después a nivel mundial.
Un día me encontré viendo en la tv a un nene con cola de mono hablando con una muchachita sobre encontrar unas tales esferas del dragón. Ella había salido sola para aventurarse al mundo valiéndose de su inteligencia y sus propios inventos, y el niño se iba a sumar a su odisea. Ahí nomás me explotó la cabeza.
La joven no era una princesa ni una guerrera con armadura ni sabía usar magia. Era humana, como yo, sin robots gigantes, sin mundos futuristas.
Como me crié en una ciudad muy pequeña del norte del país, con caminos de tierra (en aquel entonces) y mucho verde, ése mundo en el que ellos vivían podía ser como el mío (sacando de lado los dinosaurios, ejem) y por ende yo podía ser como ella.
¿Pero qué? ¿No tenía algún superpoder? ¿No se convertía en nada? ¿No tenía identidad secreta? ¡Un momento! Y además con ése carácter tan fuerte... No parece tan buena como Heidi. Se equivocaba, a veces era avariciosa. ¡Pero quien esté libre de pecados que tire la primera piedra! Ella no era perfecta, era como yo. ¡Como yo! ¡Wow!
Y cada capítulo que pasaba me demostraba que, pase lo que pase, había que seguir adelante. Seguir con la aventura. Ay...aventura. Esa palabra me sabía a miel en la boca. Yo, que estaba encerrada en un mundo aburrido repleto de adultos me encontré viviendo algo junto a ella y a Goku.
No me acuerdo qué pasó o cómo fue la cosa, pero se cortó la transmisión por un tiempo. Y aproximadamente dos años después volvió, ahora con música en castellano (creo que la anterior era en inglés o algo así) y un doblaje que había cambiado. ¡Pero era ella de nuevo! ¡Entonces no la había soñado!
Con el correr del tiempo la historia no solo me atrapó, sino que todo lo que quería hacer era dibujar y dibujar, porque se había despertado en mí hacer algo que amo hasta el día de hoy: tener al dibujo como algo más serio y no como entretenimiento en momentos de aburrimiento.
Y si bien antes dibujaba mucho, ya no hacía "caballos con alas" (como decía mi abuela), sino que me enfocaba en personas. Es decir, Dragon Ball, durante años, fue responsable de que yo dijera que quería dedicarme al dibujo de manera profesional. Lo tomaba en serio, de verdad (y no pasa un día que no recuerde esa promesa interna que me hice).
Si bien la comicidad de Bulma en sus inicios me divertían como la niña que era, fue cuando llegué a Dragon Ball Z cuando noté que las dos habíamos crecido. Me identificaba con ella de chica, luego me identifiqué con ella como adolescente y hoy tranquilamente lo puedo hacer como adulta.
A ver, yo no me identifico con ella por tener la misma personalidad de Bulma ni la misma inteligencia (cabe aclarar que es un dibujo animado), pero sí lo hago con sus errores, sus defectos, sus virtudes y sus aciertos.
Es por eso que ella me había enganchado desde el inicio: era pícara, creativa, capaz de lo que sea con tal de llegar a la meta, de buen corazón (aunque a veces no lo pareciera) y capaz de sobresalir sin tener más músculos entrenados que su cerebro, que muchas veces sirvió más que la fuerza, el uso del ki o una Genkidama.
Ella no vuela, no dispara poderes y aún así se puede parar al frente de una nave para llevar a Krillin y a Gohan al planeta Nameku (¡cómo adoré su vestimenta en esta saga, por favor!) sin que se le mueva un pelo. Hasta le hicieron un paralelismo con Ripley y su vestimenta en Alien en un par de capítulos... ¡Mirá si no se hará respetar la sinvergüenza!
Bulma te puede hacer una máquina del tiempo, te puede reparar una nave espacial con un lenguaje diferente... ¡Pudo hacer un radar de esferas, por el amor de Dios! Y sin necesidad de chasquear los dedos para destruir un universo puede estar a la par de, ni más ni menos, el príncipe de los saiyajin. Permiso, acá me tengo que parar y aplaudir.
¿Quieren saber cuáles fueron las consecuencias de haber crecido siguiendo a Bulma de Dragon ball? Ser humana. Eso me dejó como regalo, como virtud: tener errores, a veces hacer las cosas mal o muy mal, equivocarme, no resolver nada con súperpoderes o magia sino con el razonamiento, con la lógica.
Un dibujo animado, un personaje de anime, me enseñó a ser humana. Y esa moraleja es una gran paradoja, pero curiosamente me encanta que así sea. Me encanta que al finalizar esta nota me quede ésto ya no como una idea sino como una certeza. Esa seguridad que me da el pensar que, pese a todos mis errores y defectos, puedo ser protagonista.
Comments