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  • Foto del escritorDeb Schvartz

La Suerte


La vida de Miguel dio un giro de ciento ochenta grados el día que decidió ir a pedir un aumento. La situación familiar no daba para más. Su mujer estaba enferma, sus hijos apenas tenían para comer y compartía la casa con otras cinco personas: sus padres, los de ella y un hermano vago. Miguel se acercó a la puerta del lugar en donde sus superiores estaban tomando café y miró por la ventana. Sonriendo, hizo un gesto humilde para que le abrieran la puerta. Los trajeados lo miraron como si su empleado fuera una rata saliendo de la alcantarilla, sin embargo lo dejaron entrar. El hombre, en señal de respeto, se quitó el casco de la cabeza, lo sostuvo entre sus manos, y comenzó a hablar mientras les relojeaba las caras para estudiar sus reacciones. Ante el pedido, los que llevaban corbata se la apretaban un poco y los que llevaban saco se quitaban las pelusas. Miguel hablaba de sus interminables horas de trabajo, de su triste situación familiar, de sus ganas de aportar algo a la sociedad. Sus superiores carraspeaban de a momentos y uno estornudó porque el polvo que entraba por la puerta le daba alergia. Cuando el obrero terminó de hablar, los bien vestidos le pidieron disculpas, le dijeron que no estaban en condiciones de aumentarle el sueldo, y le desearon una pronta recuperación a su señora. Apenas Miguel salió por la puerta, dos enormes vigas de metal se desprendieron y aplastaron el lugar en donde se encontraban sus superiores. El descuido no dio tiempo a nada. La vida de Miguel dio un giro de ciento ochenta grados el día que decidió ir a pedir un aumento y se olvidó de justar las vigas.

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